Subo y camino sobre cuatro ruedas.
Busca la luciérnaga el intervalo perfecto para franquearme el contraste nocturno. Sueño el silencio y el viaje.
La noche va más lenta y oscura, caza la ausencia de mis ojos, baño de sombras.
Viajo despegado de mi maleta, la única ancla al pasado.
Conservo a mi lado el cuadernillo de anotaciones.
La ventanilla es una TV, donde miro la vida allá abajo, el avión es una cápsula donde el tiempo se detiene, es una pausa hasta que toca tierra.
Descubrí la inmensidad del mar volando.
El paisaje sorprende, las altas montañas cubiertas por el bosque de pino, y la espesa niebla no me deja tocar tierra con la vista.
Vuelvo al libro que leía, pero no logro convencer a mis ojos de leer. Me ofrecen bebidas, entonces recuerdo que soy un turista en un avión que no existe.
De regreso en el autobús, miro el mapa y mi destino, de vez en cuando miro de reojo a la gente que me mira como un extraño, como un bicho raro.
Un hombre que vende baratijas se acerca y se ríe, no entiendo lo que dice, supongo que se burla de mí.
Es difícil hacerle frente a un extraño.
Contemplo la arquitectura, sus formas, y de cómo esta ciudad situada en la nada, crece, es como si tuvieran prisa de que supieran quienes son y donde están.
La terrible búsqueda empieza cuando bajo y camino solo por la calle. Los anuncios con ese lenguaje extraño que no entiendo, salen de las fachadas a taparse unos a otros, encuentro algunos con signos que conozco pero aún no los puedo leer, con mi cámara tomo fotos a la gente, a los edificios altos, a los anuncios para tal vez llevarme esa esencia y poder descifrarlos.
Llevo más de una hora caminando, y las tiendas no acaban de presentarse, por fin en la esquina un restaurant. Entro y pido un platillo señalándolo en la foto del menú, de tomar me traen una especie de jugo de almejas, que sabe horrible, pero con la combinación de la comida se sobrelleva el sabor.
Salgo un poco aturdido por la comida tan picante, no sé si en la cocina le quisieron jugar una broma al extranjero.
Creo que encontré mi destino, lo reconozco por esa montaña de escalones que se apilan uno sobre otro, como mexicano pienso: -por qué no ponen un elevador-. Subo como un Rocky Balboa, pero a menos de la mitad bajo el ritmo, -basta de hacerme el gracioso-.
Voy a encontrarme con Dios.
Se escucha un chorro de agua batir el silencio, por fin lo veo, es enorme, unos 35 m. de altura, de piedra blanca, con su panza enorme, alrededor veo fuentes, entiendo la imagen poética, me arrodillo en un cojín y rezo.
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Julio E. Ruiz Monroy
En palabras de Julio: “crónica imaginaria a tierras desconocidas”, primera colaboración de uno de nuestros viajeros de alasala…
Este espacio está abierto para ti, envía tus colaboraciones a redalasala@gmail.com
imaginaria a tierras desconocidas